-Esta debe ser la reja, y tal como decían, no tiene candado.
Al otro lado el camino se dividía en tres senderos serpenteantes, invadidos a medias por la vegetación reseca y amarillenta que decoraba el paisaje de las últimas dos horas.
No faltaba mucho para que comenzara a oscurecer y según las indicaciones aún faltaba al menos una hora para llegar al pueblo, así que habría que darse prisa.
Atravesamos la reja y nos dispusimos a seguir.
-Ahora qué?
-Vaya... decía que el camino de los adoquines.
-Lo sé mamá, pero hay 2 caminos con restos de adoquines. ¿No podía haber sido más específico?
-Y ahora qué hacemos?-dijo mi hermana exasperada- Nunca ha tenido mucha paciencia y llevaba un rato insistiendo en que no deberíamos de haber ido por ahi y que sería mejor regresar y quedarnos en la pequeña y mugrienta pensión una noche y salir por la mañana temprano.
-¿Por qué no seguimos el de la izquierda, al menos está mas cerca de la vía principal.
-No hay tiempo de hacer experimentos, ¿no has visto la hora que es?
Por el camino sin adoquines se acercaba una mujer, encorvada bajo el peso de una barra con un cubo de agua en cada extremo. Nos preguntó hacia dónde ibamos y nos indicó el camino amablemente. Una chiquilla salió de entre los hierbajos y comenzó a corretear al rededor nuestro.
-Eh, niña. Deja de molestar y lleva a esta gente hasta la casa amarilla.-Se volvió hacia nosotros- ahí vive una mujer que tiene una camioneta, ella las acercará al pueblo. Nos encaminamos por el sendero de adoquines de la izquierda detrás de la niña que corría haciendo eses con los brazos extendidos simulando ser un avión.
Sus mejillas eran sonrosadas y su carita pálida y tersa como la porcelana parecía la de una muñequita.
Unos minutos después una mujer salió a nuestro encuentro desde un lado del camino, que ya se había ensanchado un poco. Entre árboles y vegetación cada vez mas abundante se recortaba contra el cielo del atardecer una casita amarilla.
La mujer insistió en que pasáramos a su casa.
-El camino es peligroso en esta época del año. Yo les recomendaría no seguir, pero si insistís, dejadme que yo insista en protegerlas de la unica manera que se. - explicó que haría un rito para que nos protegiera durante el camino. Pregunté por el baño y la dejé con mi madre y mi hermana mientras disponía sobre la mesa del porche una amplia variedad de platitos y hierbas.
La casa que por fuera era encantadora, por dentro parecía estar a punto de venirse abajo. Al fondo del pasillo poco iluminado se adivinaba una vitrina y por curiosidad me acerqué. Pero ¿quián demonios guarda en una vitrina muñecas sucias, viejas y atadas con cuerdas? todas estaban acostadas boca arriba con la cabeza un poco echada atrás, en una posición que me recordó a un ahogado al que le van a dar respiración artificial. Desagradable.
Volví sobre mis pasos hasta el baño que era grandísimo y por la ventana entraba una corriente de aire que agitaba con fuerza una tela desgarrada, que alguna vez había sido una cortina. La luz que entraba por la ventana apenas iluminaba la habitación y al pie de la cortina, recogiendo los ultimos rayos del sol, había una muñeca tirada mirando hacia arriba. Una muñeca bonita, de esas de porcelana que muy poco pintaba en ese paisaje, con su vestidito de encajes, sus mejillas rosaditas y esos ojos de bola que se abren o cierran según las inclines y que siempre me han causado angustia. Uno estaba completamente abierto y el otro se había quedado enganchado a medio abrir.
Me acerqué para cerrar la hoja de la ventana. Probablemente nadie se acercaría desde ese lado del camino, pero siempre me siento más a tranquila si puedo convertir el sitio en un lugar privado.
Mire a la muñeca desde arriba mientras forcejeaba un poco con la hoja de la ventana y noté desconcertada que ahora tenía los dos ojos abiertos con la mirada perdida en el techo. Un tirón un poco más fuerte...
-bfff, vaya, ¡no quiero romper la ventana! ¿Cómo puede ser? -la muñeca tenía los ojos cerrados.
Con más prisa y más fuerza seguí tirando y los ojos miraron entornados hacia mis pies...
Pero las muñecas no hacen esas cosas. Me miró fijamente y abrió su pequeña boquita ahora tan parecida a la de la niña que nos llevó hasta ahi.
-m a m á, jijiji- dijo, entre balbuceos - gracias, jijiji.
Intenté correr pero estaba paralizada, los pies se agarraban al pavimento desconchado y humedo. Intenté gritar pero ni el más leve sonido salía de mis labios.
Sentí, aterrada, como me iba encogiendo tirada en el suelo mirando hacia el techo. Con unos ojos ya casi acartonados consegui ver por el rabillo la mano de una niñita que se estiraba para abrir la maneta del baño y salir hacia la luz amarillenta del salón.